Mi Experiencia Erasmus+ en Bruselas

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PREPARATIVOS
En marzo de 2020, me encontraba estudiando en Aarhus, la segunda ciudad más grande de Dinamarca. Específicamente, estaba cursando el segundo semestre de mi máster, el cual se llama(ba) Estudios Interculturales, América Latina y España. En ese momento, además de tratar de aprobar los exámenes, mi principal preocupación y ocupación era encontrar un lugar donde realizar unas prácticas laborales Erasmus+ para el mes de septiembre. Como podéis imaginar, el contexto no era precisamente el ideal, puesto que nuestro querido amigo coronavirus había decidido paralizar el mundo unas semanas antes. Confinamientos, fronteras cerradas, aeropuertos desiertos, cursos cancelados… ¿Cómo diablos voy a encontrar una pasantía? ¡Qué estrés! :(
La verdad es que me lo estaba pasando muy bien en Dinamarca. No me agradaba mucho el clima, no os voy a engañar, pero tenía mi grupito de amigos/as y una rutina muy agradable. De todas formas, me apetecía vivir en más países y conocer nuevas culturas. Soy una persona curiosa, ¿qué le vamos a hacer? Después de innumerables correos electrónicos ignorados e incontables decepciones, conseguí hacer una entrevista con una organización internacional, cuyo nombre no es relevante, con sede en Bruselas. Fue bien y, al terminar, me dijeron que me harían saber algo lo antes posible. Pasaron días, incluso semanas, y, desgraciadamente, no recibí respuesta alguna. Cuando ya había perdido toda esperanza, el 29 de abril, todavía me acuerdo, recibí una notificación en el teléfono. Era un correo y, gracias al cielo, no era publicidad ⏬:

Feliz como una perdiz, pasé el verano en Sabadell descansando y organizando mi viaje. Sorprendentemente, fue bastante fácil encontrar una casa donde vivir, un dolor de cabeza que seguramente conoceréis muy bien. A través de un grupo de Facebook, hablé con un chico que subalquilaba su habitación porque, como Yesenia Herrera, había decidido irse a dar la vuelta al mundo en bicicleta. El cuarto en cuestión era grande, luminoso y, lo más importante, BARATO: 380 euros. Lo reservé sin pensarlo mucho, cruzando los dedos para que no fuera una estafa. Otra cosa que hice fue preparar toda la documentación para obtener la beca Erasmus+ de prácticas. La verdad es que el proceso fue muy sencillo y, en pocas semanas, la universidad aprobó mi solicitud.
BRUSELAS
A mediados de agosto, llegó el momento de partir. Aterricé en Charleroi sudado como un pollo, donde cogí un autobús dirección Bruselas. Una vez en la capital, tomé un taxi que me dejó enfrente la puerta de casa. Recuerdo no estar demasiado inquieto, pero sí sentir una curiosidad nerviosa por conocer a mis nuevos/as compañeros/as de piso. Llamé a Simon, uno de los camaradas, el cual me abrió la puerta y me acompañó a mi habitación. Aparte de Simon, los/las otros/as inquilinos/as eran Javier, un local de madre madrileña, Jonathan y Marie. Todos/as ellos/as eran belgas francófonos/as, por lo que la lengua que escuché durante cuatro meses no fue precisamente el neerlandés, el otro idioma predominante de la ciudad. Mi relación con ellos/as fue bastante buena, aunque no logramos forjar fuertes lazos de amistad. Comimos muchas tartiflettes juntos, eso sí.
Durante los primeros días, caminé como un loco. Francamente, Bruselas me encanta, así que vagar por los callejones del centro y descubrir sus magníficos parques no fue una tortura. Una vez cansado de tanto andar, decidí comprar una bicicleta de segunda mano para moverme por la ciudad. La adquirí por cuarenta euros a un brasileño que residía en Bélgica desde hacía una década. El precio inicial que me pidió era de 80 pavos, así que me sentí como un ninja del regateo cuando conseguí rebajarlo a la mitad. Lamentablemente, la euforia inicial desapareció en picado cuando, más tarde, me di cuenta de que la medida de la bici era perfecta para un niño de 13 años y ridículamente pequeña para un "adulto" como yo. En fin. Uno se adapta a las circunstancias, ¿no?
Las prácticas comenzaron el 20 de agosto, con muchísima ilusión por mi parte. Arrancaron con una cierta desorganización, pero enseguida la cantidad de trabajo me mantuvo ocupado, incluso robándome algún fin de semana. Además de otras tareas menores, escribí artículos para la página web, preparé informes, hice investigación y gestioné las redes sociales de la organización. El equipo estaba conformado por ocho personas provenientes de todos los rincones del mundo: Andorra, Brasil, España, Estados Unidos, Irán, Italia, Palestina y Reino Unido. Toda esta diversidad estimuló mi curiosidad, de modo que, durante las pausas, me dedicaba a interrogarlos/as con preguntas sobre sus respectivos países. ¿Sabíais que aproximadamente el 20% de los/las iraníes hablan azerí? No tenía ni idea.

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Durante los fines de semana, mayoritariamente los domingos, trataba de explorar Bélgica lo máximo posible. Visité Amberes, Brujas, Dinant, Gante, Lovaina, Malinas y Namur. Desgraciadamente, no pude ver muchos lugares más, puesto que, en octubre, dos meses después de mi mudanza, llegó otro maldito confinamiento. Por culpa del coronavirus, rompí la promesa que me había hecho de subir, perdonad por el sarcasmo, la imponente Signal de Botrange, la montaña más alta del país, de 700 metros de altura. Afortunadamente, pude seguir yendo a la oficina, cumpliendo, naturalmente, con todas las medidas de seguridad. En casa, el internet no funcionaba muy bien, lo que me impedía hacer reuniones sin que mi cara se congelara cada dos por tres en posiciones extrañas. Simon era un buen chaval, pero chupaba toda la energía del módem mientras se entrenaba para convertirse en un gamer profesional. ¡Gracias, Simon!
En mi tiempo libre, iba a pasear con mis colegas, corría por el Parc du Cinquantenaire o experimentaba en la cocina, preparando platos exóticos. También estudiaba francés. Me inscribí en un curso que ofrecía un centro social de mi barrio por el módico precio de 80 euros, cantidad que esta vez no conseguí regatear. La profesora, madame Bénédicte, era muy buena y aprendí bastante. Hablar catalán también ayudó, puesto que son dos idiomas muy parecidos. No puedo decir que domino el francés, pero las nociones básicas de la lengua las interioricé sin demasiadas dificultades. Me hubiera gustado socializar y realizar muchas más actividades culturales, pero, tal y como os dije, la pandemia limitó cualquier tipo de interacción. De todas formas, fui un privilegiado, ya que muchísimas personas se quedaron sin poder hacer sus intercambios. Y cosas peores.
HASTA LA PRÓXIMA :(
Pasaron las semanas, los meses, y, en un abrir y cerrar de ojos, mi experiencia en Bruselas llegó a su fin. Estaba triste, pero, a la vez, muy satisfecho por el trabajo realizado, el cual fue muy apreciado por mis jefes. Antes de terminar las prácticas, me ofrecieron quedarme en la organización, un halago que estimuló mi autoestima laboral. Pese al cariño y la confianza recibida, tenía otros planes. Es más, tenía un sueño por cumplir. El 21 de diciembre, salí de casa cargado como un árbol de Navidad. Desde fuera, miré la ventana de mi habitación con una cierta nostalgia. Al girarme, me topé con Marie, que, justo en aquel momento, volvía de trabajar. Muy amablemente, se ofreció a llevarme al aeropuerto, una propuesta que evidentemente no rechacé. Para darle las gracias, le regalé mi bici, por la cual no había recibido ninguna oferta en internet. Una vez llegamos, salimos del coche, nos dimos un abrazo muy mediterráneo y nos despedimos con una sonrisa de complicidad.
Despegamos en perfecto horario. Eran las 8 de la noche y las luces de la ciudad iluminaban el cielo. Cuando dejamos Bruselas atrás, un par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas, lo cual siempre es una buena señal. Llegué a Barcelona cansado y hambriento como un lobo. Esperé media hora mi maleta, mientras me rugía el estómago. Salí del aeropuerto y, enseguida, vi a mi mamá que hacía señas con los brazos. Me saludó con efusividad, contenta de verme después de cuatro meses. A las 23.30, después de cenar una sopa y un poco de pa amb tomàquet, por fin, me tumbé en mi cama de Sabadell, dispuesto a dormir doce horas seguidas. Al cerrar los ojos, sentí que un capítulo se cerraba para siempre, despertando de nuevo a la nostalgia. Pero acabar una etapa es sinónimo de nuevas aventuras. Y, tal y como dije antes, tenía un sueño por cumplir: probar los tacos en el país que los creó.
Y hasta aquí el artículo de hoy. Espero que os haya gustado. Si queréis comentarlo, lo podéis hacer en ESTE tema de discusión, donde, además, encontraréis un pequeño ejercicio de comprensión lectora ❤.
Bernat, OLS Community Manager – Spanish

Source: Bernat, OLS Community Manager